martes, 19 de enero de 2016

Cuando salgo de las sombras, subo demasiado alto, y la caída es casi mortal. Cuando te despides demasiado, pierdes las ganas de irte.

Hipomanía siempre llega para dotarme de productividad, me trae una emoción ardiente que me hace querer hacer cosas, y sentirme capaz de hacerlas todas. Un impulso repentino de organizar mi cocina, mi armario, mi vida.

Burbujea con un optimismo nuevo que confundo con mi cerebro, antes deprimido, estabilizándose. 

Los colores son más brillantes y la música es abrumadoramente hermosa.

La creatividad se dispara a través de mi cuerpo y me cosquillea mientras la inspiración intenta salir por mis poros. Música, pintura, poesía… las artes me hablan de forma que se vuelve necesario responder.

La ansiedad social de la depresión desaparece. Los pensamientos y las ideas vienen más rápidamente, el discurso más sofisticado y elocuente, la risa más clara. Cada persona se vuelve seductoramente fascinante.

Las ideas abundan, una y otra y otra, claramente separadas pero entrelazadas de forma natural y bella, pintoresca.

Las limitaciones físicas empiezan a irse lejos. El dolor es menos estridente, el hambre imperceptible, dormir no es necesario.

Me encuentro a mí mismo, tengo un don especial para lo más insospechado, incluyendo la habilidad de enamorarme una y otra vez, de forma condensada en minutos, segundos.

Se levanta la claridad perfecta en mi mente, colocando respuestas bajo la luz del sol. Entendimiento absoluto, inspiración espiritual me sigue allá donde voy.

Pero de repente cambia.

La felicidad perfecta deja pasar a la alegría delirante, una euforia que llega con tal ferocidad que amenaza con partirme en dos.

La alegría se desmorona en irritación, rabia, histeria.

Los pensamientos y las ideas empiezan a bombardearme, pasando más rápido de lo que cualquier humano podría soportar. La frustración me hierve cuando los demás no pueden seguir mi ritmo.

La línea entre las ideas buenas y malas ya no existe, y pierdo el sentido de mi identidad, de mi mismo. Me acuesto con gente a la que no quiero (ni me gusta), hago daño a alguien a quien quiero, y que me quiere, gasto dinero que no tengo en cosas que no necesito, me siento en mitad del tráfico para probar que soy invencible – el impulso imparable de actuar cada vez que aparece una idea.

La conexión que sentía antes y que me dio tanta esperanza de repente cambia a la empatía más allá de la posibilidad – puedo leer y manipular pensamientos de otros, y me gusta.

Soy especial, único, invencible, inmortal. Soy delírico.
Soy imprudente, cruel, violento. Soy peligroso.
Estoy asustado, estoy aterrorizado, estoy perdido. Estoy solo.


Siempre viviré con terror, sin esperanza, avergonzado de que ocurra otra vez.

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