2 El perqué de tot plegat (El porqué de las cosas)
Me
gusta pensar que escribir esconde un motivo ilusionante y primigenio.
Me gusta pensar que es capaz de activar un click en el interior de
otra persona. Me gusta convencerme, como hacía Alejandra Pizarnik,
de que escribir esconde una terapia que exorciza, conjura y, además,
repara*. Muchos de nosotros nos hemos convertido en profesionales de
la escritura o profesionales del arte. Quizá, incluso, somos eso que
llaman artistas, aunque claro, a estas alturas, quién no lo es.
Creamos, muchos, porque nos pagan una miseria por
ello, creamos para hacer caja, vendemos nuestras ideas a cambio de
posicionamiento y de una ridícula sensación de renombre o, peor,
dejamos nuestras ideas aparcadas en un futuro-cada-vez-menos-próximo
mientras hablamos de cosas con desgana, cosas de títulos
desgarradores y vacías de contenido, como si nuestra vida se
desarrollase dentro de la Playground o (aún, sí) de Neo2.
¿dónde
queda la libertad? ¿dónde queda la ilusión y el hecho de tener
algo que decir?
¿cuando
fue la última vez que dijimos algo?
Llevo
toda mi vida luchando poco por conseguir
esto y, cuando me fue dado, dejó de hacerme ilusión. Sí, vale,
entra en juego el "efecto cerilla", incluso entra en juego
esa tendencia que tenemos algunos de alejar de nosotros cuanto antes
aquello que nos puede hacer sentir bien, o sentir, sin más (léase
escritura, léase persona, léase salir todos los días a correr,
léase ir al Botánico a tomar té). No recuerdo - si estamos en esto
de ser sinceros - cuando fue la última vez que me esforcé. Quizá
dije algo, sí, y quizá tenía sentido. Quizá era más que obvio y
hasta quizá era bueno, pero aseguro que gasté en ello más tiempo
que neuronas. Y luego me levanté y taché de mi calendario editorial
la tarea y busqué la siguiente, abrí un documento nuevo y empecé.
Así de mecánico es ser artista, así de mecomelamierda.
A
veces, tengo que ir a algún evento-postureo. Los evito a toda costa,
soy consciente de que sin ellos no eres nada y soy consciente de que
los odio, ergo soy plenamente consciente y apenas me
machaco con ello de que soy menos de lo que puedo ser
debido simplemente a que otros sí van mientras yo me peleo con mis
técnicas de evitación y las técnicas de acoso y derribo de mi
timidez y agorafobia (nunca sé cuál es cuál). Por todo esto, mi
ego se tortura por ello los domingos hacia las ocho.
Cuando
voy, no me lo paso bien, es más, diría que sufro muchísimo y por
más que me convenza de que es una parte más de mi profesión,
preferiría clavarme un cuchillo a ir (no exagero, he estado en
puntos así). Bien, creo que ha quedado lo suficientemente claro que
sufro por ello, que no suelo ir y que por eso sufro por ello y sí,
señores, a esto se le llama círculo vicioso.
Antes,
yo iba a estas cosas porque sonaban muy bien o porque las hacían
personas con las que había compartido procesos creativos o,
simplemente, quería follar en los lavabos.
Ahora, como digo, voy a pocas y, si voy, es por compromiso, me siento
insegura y pequeña y no quiero incidir más en ello, pero de verdad,
sufro. En medio de mi sudoración excesiva, palpitaciones y mareos,
detecto levemente los vacíos, la gente vendiendo humo, las
conversaciones de cóctel, los movimientos estudiados alrededor de la
sala con un montón de gilipollas haciéndose notar y hablando de
su mierda de obra como si fuesen los nuevos
Leonardo (de hecho, uno se me presentó así una vez, diciendo: "Soy
como Leonardo da Vinci, pero más").
Eli O.
* En
PIZARNIK, A. (2000), Prosa completa. Lumen: Barcelona, p.
312, dice:
Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcisar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque estamos heridos.
Ese
condicional (el uso de "implicaría" en vez del presente taxativo "implica"), me confunde un poco. No sé si
ella lo piensa así en realidad o no. En cualquier caso, seguramente
ella tampoco.
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