En junio de 2015 pasé tres semanas en un hospital mental en Múnich. Mi ingreso ocurrió tras años de estar palante y patrás entre la depresión y la manía (bicoño represents).
Cuando llegué, no sabía qué tipo de estación psiquiátrica me iban a asignar. Pensaba que compartiría espacio con gente que tenía trastornos o síntomas similares a los míos. Resultó que me equivocaba. En realidad, cada hospital mental tiene sus procesos administrativos, y sí mezclan gente con trastornos, medicaciones y terapias diferentes. El factor decisivo a la hora de enviar un paciente a una estación es la severidad de los síntomas de cada paciente, y si necesita un diagnóstico. La mía era para gente con síntomas críticos. La estación C2 estaba cerrada, y tanto los pacientes como las visitas tenían que tocar un timbre para entrar y salir. La mayoría de los pacientes no podían salir, otros podían salir acompañados, y unos pocos podían salir solos. Yo nunca accedí a un ingreso total, eso significa que yo pasaba el día allí y me iba a casa a dormir.
Recuerdo mi primer día allí como si hubiera sido ayer. Cuando llegué una enfermera me enseñó la estación, me explicó las cosas que podía hacer para pasar el tiempo. Le dije que mi intención era estudiar todo lo que pudiera para los exámenes, con lo cual no tendría tanto tiempo para los talleres y terapias. Recuerdo que me sentía intranquilo, y no sabía cómo actuar alrededor de la gente de la estación. Había gente joven con aspecto de estar teniendo problemas parecidos a los míos. También había adultos y gente mayor. Dos señoras mayores me llamaron la atención desde el principió, una de ellas no paraba de mirarme fijamente y recuerdo que pensé que podría tener esquizofrenia (yo no tenía ni idea de nada relacionado con la salud mental por aquel entonces), pero después de un rato la vi intentando ser útil, ponía una fuente de fruta encima de la mesa, la devolvía a la estantería, abriendo y cerrando puertas, limpiando mesas y cosas así. También me di cuenta de que solía quitarse los zapatos y frotarse los pies, como masajeándolos. Después se iba a seguir deambulando descalza y dejaba los zapatos al lado de una silla. La estructura de sus huesos del pie estaba muy dañada, y entendí que los zapatos le hacían daño. Las enfermeras no paraban de decirle que se los había olvidado y que se los pusiera, creo que no se daban cuenta de que no se le olvidaban, es que no quería llevarlos puestos.
Desde el principio, me sentía mal por aquella señora. Transmitía mucha dulzura, y no hizo me falta estar allí mucho tiempo para darme cuenta de lo sola que estaba, nadie la visitaba, nunca. Nadie visitaba a la mayoría de la gente que estaba allí encerrada. Recuerdo que eso me hacía sentir muchísima rabia y resentimiento contra el mundo, era injusto que nadie fuera de allí supiese acerca de nosotros, los que estábamos encerrados dentro. Con el tiempo tuve la oportunidad de aprender más cosas sobre aquella señora, aprendí cosas sobre casi todos. La señora se llamaba Frau Cerny. Me daba rabia que los alemanes NECESITEN dirigirse a las personas por "Don o Doña X". Parece que necesitan establecer una distancia fija para sentirse cómodos en una conversación. No paré de pedirle a la gente que me llamase por mi nombre, perono hubo manera. Les daba mucho miedo, al parecer.
Por esa razón, nunca supe el nombre de Frau Cerny, aunque llegué a saber otras cosas. Había venido de Eslovaquia hace muchos años, no recordaba por qué emigró, probablemente tuvo que ver con las crisis de la Unión Soviética. Nunca le pregunté si tenía familia, me daba miedo herir sus sentimientos.
Muchas veces venía y se sentaba cerca de mí mientras yo estudiaba, y yo le llevaba café. Le gustaba que la gente le hablara. A veces me miraba dudosa antes de sentarse conmigo, no quería molestarme. Cuando la veía dudar, la invitaba a sentarse y hablaba un poquito con ella.
También le gustaba cuidar de otra señora mayor que estaba en peores condiciones que ella. No recuerdo su nombre, era complicado, la señora era búlgara. Todo lo que sé sobre ella es que estaba triste la mayor parte del tiempo, deambulando murmurando, llorando. A veces abrazada a gente, cuando tenía impulsos repentinos de cariño. Entonces decía cosas como que estaba muy agradecida por las enfermeras y los médicos que la cuidaban. A Frau Cerny le gustaba consolarla y pasearla por los pasillos. Una vez las invité a sentarse conmigo y les pregunté que si necesitaban algo. Lo único que dijo Frau Cerny fue "compañía". Me partió el alma. Quería hacer algo por ellas, y sabía que nunca iba a poder. Sólo podía comportarme bien con ellas durante mi tiempo allí.
Mis padres y mis amigos no paraban de decirme que estar allí me iba a hacer sentir peor, estando alrededor de gente que estaba igual o peor que yo. Nunca compartí su opinión. Yo lo veía diferente, me puso en perspectiva; mis problemas parecían tan pequeños con los de alguna gente allí... A pesar de mi infierno interno, yo aún tenía esperanza y sabía que las cosas empezarían a ir bien en algún momento. También sabía que el resto de la gente joven allí tenía bastantes posibilidades. Pero aquellas dos señoras, parecían tan débiles, solas y sin esperanza... No era justo.
Conocí a Goran uno de mis primeros días allí. Se acercó a hablarme como hacía con todo el mundo. Yo ya lo había observado antes, el primer día lo vi el primer día hablándole a otra chica, intentando que se sintiese cómoda (ella era nueva, como yo). Fue muy simpático con ella, le habló en su mal inglés, ella era de Ecuador y no hablaba alemán. Una de las primeras veces que hablé con Goran, le pregunté la razón por la que estaba allí. El se puso triste, pero me lo contó igualmente: su familia se exilió durante la guerra de los Balcanes después de que la madre de Goran muriese en la explosión de una granada. Goran nunca lo superó, y todavía sigue teniendo flash backs que le hacen chasquear los dedos, cubrirse el estómago o la cara, cosas así. En los días oscuros, quería que la gente le hablase para distraerse, la expresión de su cara cambiaba, estaba constantemente asustado. Una vez me preguntó si Leslie, la chica de Ecuador, estaba bien: no la había visto por la mañana y pensaba que le había pasado algo malo. Le dije que no pasaba nada y que seguro que había sido una coincidencia, Pero yo seguía viendo el miedo en sus ojos, y me daba cuenta de que toda su vida había arrastrado una carga sólo porque de niño había vivido una guerra. Me sentí impotente. De nuevo, tenía que aceptar que no podía hacer nada por él. Y me enfadé, porque nadie sabía nada sobre Goran; porque el tenía que pasar los días encerrado en un hospital, como el resto de nosotros. Porque no iba a poder tener hijos o pasear a su perro o sacar la basura o quedarse dormido viendo una película en casa. Su novia también era víctima de la misma guerra, ella lo llevaba mejor. Lo visitaba todos los días y daban un paseo, lo cual me alegraba bastante. El padre de Goran vivía lejos, pero lo visitó una vez durante mi estancia allí. Era un hombre alegre y bondadoso que hacía bromas y era simpático con todo el mundo allí, como Goran. Goran tenía suerte, podía contar con gente que lo apoyaba. Por una vez, me alegré por él.
Había otra señora bosnia, más mayor. También pensé que era esquizofrénica (era mi idea de comportamiento extraño). Solían encerrarla en su habitación cuando estaba fuera de control. Entonces intentaba saltar por su ventana sin conseguirlo. Cuando se sentía mejor, a veces me hablaba. Yo me sentaba con ella y Goran con mi portátil. Ella estaba siempre muy atontada, seguramente por las pastillas, pero era muy dulce y bien intencionada. Una vez me dijo que yo era la que mejores oportunidades que tenía allí, porque soy joven, estudio, soy responsable y no tengo una familia de la que encargarme. Tanto ella como Goran me preguntaban a diario cómo iban mis exámenes, se preocupaban por mí. Su hija la visitaba casi todos los días con su marido. El día que me fui, pasé por su habitación para despedirme y su cara brilló cuando supo que me iba. Me abrazó y me deseó lo mejor. Espero que le vaya bien.
Fátima era una señora turca, muy pequeñita. También intentaba ser útil y ayudar a las enfermeras. El primer día que la vi, la escuché contándole a Leslie que le iban a hacer electroshock, y pensé que estaba delirando, el electroshock era ilegal. Fátima no deliraba, y el electroshock sigue siendo legal. Al día siguiente se sentó no muy lejos de mí mientras yo estudiaba. Estaba llorando y no pude evitarlo, me acerqué a hablar con ella. Le pregunté que si no se sentía bien, y me dijo que no, y yo le dije que yo tampoco. Me abrazó y me dio un beso, y me preguntó si mi madre estaba viva. La suya no lo estaba Me contó muchas cosas sobre su vida; siempre tenía el teléfono en la mano, estaba esperando la llamada de su hijo. Su hijo nunca la llamaba ni la visitaba, y Fátima sufría cada día al darse cuenta de que no iba a llamar, y tampoco iba a ir a verla. Su hermana sí la visitaba de vez en cuando, me daban tarta y fruta. Aprendí que Fátima era una mujer que creía firmemente en la familia. Creía que la familia es parte de nosotros, y que los llevamos en el corazón a lo largo de nuestra vida. Su marido la trataba mal, y la dejó hace mucho tiempo, y ella estaba totalmente segura de que su hijo había aprendido los valores equivocado en Alemania, por eso era tan distante, frío y egoísta.
Eduardo un era profesor de salsa de Chile, también enseñaba en la Universidad. Estaba deprimido, pero tenía muy buena actitud. Nos llevamos bien desde el principio, ambos éramos hablantes de español y nos gustaba leer, compartíamos historias, hablábamos de nuestros problemas. Un día estábamos viendo vídeos de sus clases de salsa y Goran, que estaba en uno de sus días oscuros, se interesó. La cosa acabó en una clase de salsa improvisada, Goran era malísimo, pero todo el mundo en la sala se acercó y todos lo pasamos bien en quién sabe cuánto tiempo.
Conocí a todo tipo de gente en aquel hospital. Podría hablar de Jennifer, Magdalene, Julia, Leslie, y otra gente cuyos nombres ya he olvidado.
En cuanto a mí, hice lo mejor que pude para aprender de la experiencia, en lugar de autocompadecerme y de evitar contacto y compañerismo con los de mi alrededor. Funcionó. Empezar con la medicación, por supuesto, fue una mierda. No es divertido ser diagnosticado, entender lo que significa, contárselo a la gente en tu vida, darte cuenta del estigma de la salud mental, entenderse a uno mismo. Empezar a tomar pastillas a la misma hora todos los días, a tener esperanza y pensar que van a funcionar, y a decepcionarse porque no sólo no funcionan inmediatamente, sino que además el cuerpo reacciona a los químicos y tus emociones y reacciones son un desastre. Fui todo lo paciente que pude ser. Fue muy difícil trazar la línea entre emociones normales, y lo que pasaba en mi cabeza. Aunque me estaba esforzando, no podía evitar ser una mierdosa con la gente a mi alrededor, sólo para terminar arrepintiéndome más tarde. De alguna forma, aprobé los exámenes y me gradué. No tengo ni idea de cómo lo hice. La cagué de muchas formas, y la sigo cagando de vez en cuando, aunque no de forma tan extrema ni tan frecuente, y practico diferentes formas de lidiar con mi experiencia diaria.
No estoy seguro de muchas cosas, pero estoy seguro de que no se me van a olvidar Frau
Cerny, Goran, Leslie, the Bosnian lady, the Bulgarian lady, Eduardo, Fatima,
Jennifer, Magdalene. Todos tuvieron impacto en mi vida, me vieron sufrir y yo los vi sufrir a ellos. Todos estábamos enfadados, sintiendo dolor, delíricos... Y aún así fuimos capaces de ser generosos, cálidos y simpáticos los unos con los otros. Todos abrazábamos a la señora búlgara cuado quería abrazarnos, a pesar de que tenía un aspecto y un olor raros. Me pregunto cuántos de nosotros la abrazaríamos aquí fuera. Mi estancia en el hospital psiquiátrico fue la experiencia más humana de mi vida, y no fue gracias a los médicos y las enfermeras, sino gracias a nosotros, los pacientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Inspira.