miércoles, 6 de enero de 2016

El Gran Despertar

Me llevó quince semanas aprender a distinguir un bolígrafo de cualquier otro objeto que se le pareciera. Ahora los encuentro apasionantes. Los fabrican de los más variados aspectos, pero todos albergan cuatro o cinco elementos en común que los convierten en lo que son. Me enfado mucho cuando se agota la tinta o simplemente dejan de escribir. Esos momentos son terribles, pero me lleno de ilusión cuando me traen uno nuevo. Lo miro un segundo ansioso para disfrutar de ese momento y busco con la mirada desencajada un papel para lanzarme a escribir, ¿de qué color será la tinta?

Mucho más duro fue aprender a coger el bolígrafo para escribir. Las manos no obedecían, los dedos se engarrotaban, parecían amontonarse a un lado, el bolígrafo salía por los aires. Quebré 6 bolígrafos a lo largo de un mes, manché de tinta 2 batas blancas. Sobre todo era frustrante porque al principio no entendía para qué servía y sostener el bolígrafo resultaba doloroso.

Sostener el papel delante de uno, sentarse correctamente, mantener la postura adecuada para no hacerse daño. La punta del bolígrafo, ese último átomo apoyado sobre el papel, se convertía en el núcleo de un universo que dependía de una grandísima disciplina para que se mantuviera girando sin estallar por los aires.

Aprender a escribir me llevó dos años, pero no fue nada comparado con la dificultad de entender lo que eran las palabras para escoger las correctas. Quince años tardé en conseguir acabar mi primera obra escrita. Y quizás me apresuré. La responsabilidad era enorme. Dediqué diez años a la exploración.

Finalmente escribí

Árbol


Quedé muy orgulloso. Pese a la preparación puedo decir que prácticamente se escribió sola. La importancia vital de la obra caló en la sociedad a prisa. Al principio fue, como pueden imaginar, un jarro de agua fría para todos, pero rápidamente empezó a fluir y a cambiarlo todo según llegaba a más y más sectores. Hoy puedo decir felizmente, que mi equipo y yo salvamos el mundo una vez más. 

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